6 de noviembre de 2009

La democracia que no llega

Creer o reventar. Hace exactamente 115 días que la intolerancia y el autoritarismo se han vuelto protagonistas dentro de la escena política en Honduras. Desde aquel 28 de junio cuando el presidente Manuel Zelaya fue detenido por el ejército y trasladado a la fuerza a Costa Rica nada parece haber cambiado.

A pesar de los innumerables esfuerzos de los cancilleres y presidentes de los países más representativos de América Latina, de la Organización de los Estados Americanos (OEA) e inclusive la preocupación, aunque tibia, por parte de los Estados Unidos, el futuro hondureño resulta incierto.

Hasta el momento, también resultaron estériles las mediaciones del Presidente de Costa Rica, Oscar Arias, la presión de los representantes de la Unión Europea (UE) y la colaboración de los países referentes en la región como Brasil, Venezuela y en menor medida, la Argentina.

El presidente de facto, Roberto Micheletti se muestra duro y tajante respecto de sus acciones, por lo que este parece ser un conflicto poco solucionable; por lo menos al corto plazo. Hace casi cuatro meses que la población de Honduras está atrapada en este callejón y las consecuencias ya se hacen notar.

Con el virtual estado de sitio impuesto hace tres semanas por las autoridades del gobierno destituyente, las libertades de los ciudadanos quedaron truncas y los medios de comunicación, imposibilitados de informar con veracidad y con espíritu crítico los distintos hechos que se van sucediendo en el convulsionado país.

Como sostiene el politólogo de la UBA, Isidoro Defina “Honduras es hoy un espejo y un dilema que no hay que desatender ni en el corto ni en el largo plazo si queremos consolidar verdaderamente la democracia en América Latina”.

Por otra parte, las penurias económicas se han agravado notablemente desde que Zelaya fue derrocado. La desconfianza de los inversores extranjeros sumado a la poca cantidad de ventas y a la caída del turismo acrecientan aún más este mar revoltoso en el que se ve inmerso uno de los países más pobres de América.

Micheletti parece no ver los perjuicios que tanto a nivel internacional como nacional está causando a su país, y es el pueblo quien sufre las consecuencias cotidianas de un régimen totalitario e intolerante.

“En mi barrio hay un montón de gente desempleada, y encima, con los toques de queda, no se puede trabajar, no hay forma que la policía lo deje en paz a uno”, sostuvo hace una semana a la agencia AP, Luís Palma, un albañil de 24 años.

Después de cuatro meses las cosas siguen empeorando. El actual presidente hondureño se instauró en el poder defendiendo las banderas de la Democracia y la justicia pero usando métodos autoritarios que conllevan a una desigualdad cada vez más creciente.

Lo cierto es que hasta el momento nadie pudo quebrar democráticamente el pensamiento de Micheletti respecto de esta situación de inestabilidad política, social y económica. La presión internacional no surtió efecto y el más perjudicado sigue siendo el pueblo de Honduras que es rehén de la lucha de poder entre los grupos más poderosos de ese país.

Sin lugar para los debiles

Tras la tragedia ocurrida en 2004 se han acotado los lugares donde pueden tocar las bandas y cada vez son menos quienes logran vivir de su música. Especialistas y músicos coinciden en que las relaciones públicas y los contactos se han vuelto fundamentales a la hora de crecer en el contexto under del rock. La responsabilidad en el tema del Gobierno de la Ciudad.

Hace ya algunos años que el rock argentino parece haber perdido las tradiciones y costumbres que supo acunar décadas atrás; los cambios sociales, políticos y económicos que ha soportado el país en el último tiempo dejan en evidencia alguna de estas cuestiones que hacen a la vida cultural de nuestra sociedad.

Se suponía que el rock como movimiento artístico desafiaba la realidad y ofrecía mediante sus melodías, nuevas alternativas de vida, formas originales de experimentación, además de la búsqueda de libertad y nuevos estados de conciencia.

Como sostiene Sergio Marchi en su libro El Rock perdido - De los hippies a la cultura chabona- son muchos los cambios que se vislumbran como consecuencia de esta situación. “Gran parte del rock argentino ha dejado de volar. Ahora es una caricatura de aquella vibración que hacía que miles de jóvenes de este país se ilusionaran con la idea de los cambios”, dice.

Situación trágica y nefasta como la ocurrida el 31 de diciembre de 2004 en el boliche República Cromagnon, en donde murieron 194 personas a causa del incendio producido por un tres tiros que quemó el techo, resalta aún más estas cuestiones que desgastan poco a poco a esta actividad cultural.

Quizás Cromagnon haya sido la gota que rebalsó el vaso. También es cierto que hay un antes y un después de lo ocurrido esa noche en el local bailable ubicado en el barrio porteño de Once. Las muertes de tantos jóvenes, la intromisión del estado, el shock social producido y tantas cosas más que el tiempo ayudará a dilucidar, han hecho que en el ambiente rockero se cambien ciertas cuestiones que hasta ese momento parecían no importar.

Respecto de este tema, Flor Codagnone, periodista especializada en comunicación y rock, afirma: “Una de las primeras consecuencias tangibles post Cromagnon fue que el rock dejó de tener un lugar, un espacio donde poder desarrollarse. Los más perjudicados fueron, sin lugar a dudas, las bandas chicas del under, que necesitaban esos lugares para difundir su música. Todo quedó relegado a pocos lugares, y tenía olor extraño”.

Para entender un poco más sobre esto de los distintos espacios y lugares donde desarrollar el rock como arte es inevitable no citar al periodista y escritor, Eduardo Berti, quien en su libro “Rockologías” explica de manera notable como fueron variando los espacios del rock en Argentina.

Berti propone cuatro ciclos en los que se van vislumbrando los cambios que fue sufriendo el rock como consecuencia de la cotidianeidad social. En el primero de los ciclos (1966-1970) la gente escuchaba música en los clubes; en el segundo (1970-1976) el rock pasa a los teatros; en el tercero (1976-1982) el Estadio de Obras Sanitarias se convierte en el templo del ambiente rockero, y en el cuarto y último ciclo (1982-1985) los grupos en ascenso tocan en pubs y los consagrados en el Luna Park.

Pero a mediados del año 1985 se diversifica todo. “La crisis económica de los años ’80 hizo que los pubs desaparezcan, y surjan nuevos espacios de desarrollo como canchas de fútbol, discotecas y lugares que hasta ese momento resultaban extraños. ‘Cemento’ o el ‘Parakultural’ son dos lugares en los que se concentró el espectáculo del rock” señala Codagnone.

Entrelineas

A solo un día de saber quienes serán señalados como culpables por la justicia, y a casi cinco años de la noticia que conmovió, horrorizó y sacudió a la Argentina, son muchas las lecturas que se pueden hacer.

Gran parte de la ciudadanía opina que la suma de irresponsabilidades es compartida. La sociedad le achaca a Aníbal Ibarra, ex Jefe de Gobierno destituido tras la tragedia, la falta de control por parte del municipio en los lugares públicos; a Omar Chabán, gerenciador del lugar, la irresponsabilidad de utilizar un boliche sin habilitación; a la banda “Callejeros” su fomento al uso excesivo de bengalas y también pone en tela de juicio a los fanáticos, que concientes del peligro, encendieron elementos de pirotecnia y desataron la tragedia.

Agustina Pascqualicchio, bajista y cantante de Headphones dice al respecto: “Uno va cambiando de opinión a medida que pasa el tiempo. Tuve amigos que vieron fallecer a sus propios amigos. Creo que la banda puede fomentar el uso de bengalas y demás pero vamos, nadie es tonto. Si hay una tela a un metro de mi cabeza se va a prender fuego. A mi me quedo mas bronca por la banda”.

“Esos recitales se vendían como el festival de la bengala. Y bueno, yo petardos en el comedor de mi casa no tiro porque tiene techo. Hay un poco de culpa en la gente, y obviamente lo que sabemos todos, lo de la negligencia, de que entren mil personas y te metan tres mil”, afirma Matías Gómez Gómez, voz y guitarra de Top Manta.

Por su parte, Nicolás Di Chiazza, guitarrista de Infinitonada, apunta al impacto que fue enterarse de lo sucedido, y que si bien no fue a Cromagnon, hacía pocos días había estado en Cemento, local de Chabán, que se encontraba en iguales condiciones.

Es cierto que luego de lo sucedido hubo un profundo cambio de consciencia de las bandas hacia el público en referencia a la seguridad y del público en cuanto a los lugares. “Antes nadie le prestaba atención a la seguridad, hoy es prioridad para cualquier banda”, explica Carlos Osate, baterista de Chopper.

A diferencia de Osate, los demás entrevistados creen que de a poco se vuelve a lo mismo; que los controles de seguridad inmediatos actuaron como cortina para apaciguar a la prensa y en consecuencia a la opinión pública. “En este país, la gente se va olvidando de las cosas. Si bien hubo mejoras e hicieron reformas algunos lugares, me parece que vamos a una cosa parecida, no digo una catástrofe como la que pasó, pero si volviendo a coimear”, opina Di Chiazza.

¿Qué pasó? ¿Qué pasará?

Si bien los muertos, los juicios y las culpas afectaron a toda la sociedad argentina, la noche del 31 de diciembre de 2004 afectaría particularmente al rock. A las bandas en proceso de despegue, principalmente, las dejaría huérfanas de escenarios.

“Lo afectó (al rock) terriblemente. Si bien siempre fue complicado encontrar donde tocar, había menos reparos. Hoy por hoy quedan pocos lugares” dice Nicolás Di Chiazza. A lo que agrega: “Para ser músico en este país tenes que pagar para tocar, si no tenes la convocatoria de una banda medianamente conocida, difícilmente salgas ganando. Hoy te cobran sumas elevadísimas en los lugares habilitados, y tenés que ser un adinerado para tocar”. Esta es otra de las razones que dificulta al circuito del rock, que sumado a la reducción de lugares donde tocar hace que se vuelva mucho más caro subirse al escenario y dar un show.

Pascqualicchio, cree que hay gente que en estos casos saca a relucir su “viveza” criolla y se aprovecha de las necesidades ajenas. “Están todos tratando de sacar provecho de esto. Obviamente una banda que recién empieza a tocar no tiene un mango. Los lugares están habilitados, pero te cobran carísimo”, dice.

Gómez Gómez coincide con lo expuesto por Pascqualicchio y agrega: “Los lugares chicos ahora se avivaron y te cobran para tocar, eso es algo que quiero plantarme y decir basta. Llevamos todas nuestras cosas y nuestra gente y encima los tipos nos cobran para tocar. Es como que yo labure en un bar, le pague a mi jefe, y encima lleve los vasos”. Su compañero de banda, el bajista Federico Alberto, afirma que “el rock esta monopolizado, y que los lugares te cobran mucho más de lo que deberían”.

La cuestión del dinero no es menor en esta historia; quienes forman una banda tienen como proyecto, no solo crear y hacer lo que aman, sino también poder aspirar a que este sea su medio de vida en el futuro.

Con vistas al futuro

Si bien es inherente al rock crear su propio espacio, hoy esa búsqueda se ha vuelto imposible. Se suma a la falta de lugares habilitados, o a la excesiva demanda de dinero que se pide para tocar en ellos, la poca atención por parte del gobierno local, que no genera alternativas al problema.

“Si el gobierno tiene ganas de hacerlo, puede hacerlo: puede hacer más festivales, puede hacer que toquen mas bandas al aire libre, pueden hacer convocatorias de bandas under y de esa manera ayudar un poco más. Hoy todos los festivales son para primeras bandas”, opina Agustina Pascqualicchio. En contraposición con lo dicho anteriormente, Federico Alberto, de Top Manta sostiene que “ahora hay mas festivales”.

La cuestión del gobierno como generador de nuevos espacios lleva a una segunda e inevitable pregunta, ¿es verdaderamente parte de la ideología del rock que la autoridad se encargue de esto? La bandera del rock es ir en contra de lo establecido, es establecer una contracultura.

Otra cuestión que surge de estas conversaciones es la influencia de los “contactos” y la relación pública. “Conozco gente que quizás esta metida en todos los festivales y toca todos los fines de semana. Es todo por contactos; eso también me hace pensar que no se valora mucho la música”, expone Pascqualicchio. Agrega una reflexión interesante, sobre la consecuencia que trae toda esta falta de espacios: “Tenes muy pocos lugares para tocar, entonces no hay gente que te vaya a ver”, dice.

A casi cinco años de la tragedia de Cromagnon, pocas son las alternativas que han aparecido para las bandas que quieren encarar un proyecto serio y hacerse conocer por la gente. Los interrogantes son: si volverá a haber un circuito para estos grupos que aún no tienen la convocatoria suficiente como para ser consideradas de primer nivel, o para pensar en tocar en una cancha o un club (lugares que hoy si están habilitados); si la identidad sigue siendo la misma, esa que privilegia a la música y no a la estética, o si la tragedia quitó espacios para el rock pero abrió nuevas opciones de cómo vivirlo.

De a poco se corta ese sueño de vivir de lo que se ama. Se pierde la posibilidad de mostrar a los demás la propia música, de dedicarse a crear, se corta, como dice Nicolás Di Chiazza “el tiempo para crear, que te ofrece la posibilidad de generar algo mucho mas copado y un arte de un nivel mas elevado”.